sábado, 3 de octubre de 2009

Al principio, como comenzó a ser habitual desde la tarde en que vio a su novio derretirse en el rostro de otro hombre, Susana condujo las manos hacia el pecho, acariciándose, y luego las apretó. Se apretó. Y en un espejo imaginario se miró exprimida a medias, como la naranja que cayó al suelo pocos segundos antes.

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